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    El Señor de Jicolapa

    Por el año de 1675 en una de las paredes de adobe que formaban los muros de una escuela, comenzó a aparecer una pintura sin forma y obscura; los niños escolapios la borraron con la travesura propia de su edad y volvió a aparecer; ellos siguieron en su empeño de borrarla y la pintura tornaba a parecer tomando cada vez más la forma del redentor pendiente de la cruz hasta el grado de perfeccionar en lo que vemos ahora.

     

     

     

     

     

     

    Los chicuelos asombrados de lo que veía dieron parte al maestro y a sus padres, que acudieron a ver una obra que desde luego juzgaron portentosa porque se hallaba pintada en la superficie aspera y ojosa de una mala pared de adobe que no estaba rebocada y tenía todas las inperfecciones de una construcción burda hecha por incultas y torpes manos.

    Desde luego comenzó a difundirse la noticia por todas partes, aún por lejanos pueblos los que en grupos venían a ver una maravilla y rendían obsequios a la imagen de Jesucristo con incienso, ceras y flores que colocaban sobre una mesa vieja y de pésima condición.


    La veneración de la imagen tomaba incrementos cada día y las ofrendas eran mayores por que los fieles le hacían promesas para obtener el remedio de sus aflicciones; comenzaron a poner en las paredes retablos y a colgar en la imagen figuras de plata, cera y a veces oro.

    Por mas de un siglo la escuela antigua sirvió de ermita. Había un altar en el cual probablemente se haya celebrado el santo sacrificio de la misa.

    Por mucho tiempo la imagen estuvo al cuidado de una anciana y entonces aconteció que se incendió la ermita que tenía su techumbre toda la madera, como su tapanco, como se usa por este rumbo, el fuego elemento voráz consumió cuanto había dentro de los muros sin que las llamas hubieran ocasionado, ningún daño a la imagen.

     

    Fragmento de una monografía del Pbro. Esteban Morales Ravelo.

    14 de Septimebre de 1900

     

     

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